Todos los cantos llevan a Ítaca

Primer experimento 9'22"

Al principio, simplemente se separa del presente y sus certezas. Comienzan de nuevo. No muere. No se vuelve loco. Sufre. Continúan. Al tercer día las sensaciones comienzan a aparecer, como confesiones. Huele el mar, siente la brisa en el rostro. Puede escuchar voces que vienen del agua. Su cuerpo se estremece ante una ola de sonido, siente como si su consciencia se sumergiera. Nota su pecho hincharse, sus oídos, está cantando, es su garganta, pero es otra persona, una mujer de la región de Tosk, de Albania, de la región histórica de Iliria. Ella, como taker, toma una de las líneas de la polifonía, su compañera otra, cuentan el viaje de Konofat. Cantan sobre las olas. El rostro de su compañera se funde con un nuevo sonido, un largo lamento, siente una nueva voz en su garganta que se distingue de la anterior, su nombre es Kadriye, están exiliadas en Estambul, son Kurdas de la región de Diyarbakır. Su tierra se reparte a otros entre promesas tras la primera guerra mundial. Sus voces se entrelazan en una polifonía que recorre el tiempo y el mar, sin poder regresar. Llegan otras voces desde la otra orilla del mar, Málaga: adiós dulce niño, adiós dulce amante, adiós..._

Reconoce un olor fuerte, un recuerdo quizás, pero de otra mujer, es alpechín. Siente el tacto de las aceitunas en sus manos, las clasifica y canta a coro con otras compañeras de Bormujos, cerca de Sevilla.

Olas de tiempo, sudor, sal. Su cuerpo se pliega con cada nueva inyección de los científicos, silencio, un temblor sonoro. Recuerda. Su nombre es Ulises Vamvakaris, un mangas, un rebeti. Tuvo que huir de Esmirna tras el gran incendio, llevando a Grecia sus memorias musicales del este y del oeste. Recuerda estar en la orilla con el fuego en la espalda, mientras la ciudad es invadida en la guerra greco-turca durante el reparto del imperio otomano. Es Kadriye, es Ulises con su buzuki junto a miles de refugiados griegos y armenios, mirando al horizonte, a los barcos que pueden llevarle a la otra orilla del mar.

Ondas y frecuencias como burbujas en el mar, voces, gritos, una juerga en un bar. Le ha contratado un señorito para tocar la guitarra durante toda la noche, en la Plaza de la Encarnación en Sevilla. Ahora es un gitano, Ulises el Rubio. En el bar hay un hombre que le observa con una máquina extraña, un americano. Tras la noche de juerga llega a un mercado lleno de vendedores ambulantes, él es uno de ellos. Habla de los tomates que ha dejado en la isla. Mientras las palabras salen de su boca, recuerda una isla, Cerdeña.

Su voz muta y la polifonía con ella, otros hombres están junto a él, cantan a la navidad en la isla mientras suena al otro lado del mar un Mizwad, un tipo de gaita hecha con piel de cabra. Voces femeninas diluyen la sensación previa en una amalgama de oscuridad, el viento le transporta de Túnez a la Península Ibérica, huele el campo. Su nombre es Ulises Gallerí, un payés al que la muerte persigue, canta de nuevo. Las palabras en catalán, le llevan más atrás en el tiempo, finales del siglo XVI. Es un soldado que regresa a Francia de las guerras de la religión, pero es imposible volver, ya no es el mismo, su nombre es Compère Guilleri, un salteador de caminos.

Otro salto en el espectro sonoro, con una melancolía y resentimientos ajenos, despierta exhausto en el subterráneo de los científicos, en el presente. sigue leyendo...


Aquí puedes ver en detalle el collage y las canciones usadas en la pieza con sus albums / archivos de procedencia: