En la cuna del mar, baila la tarántula

Experimento 2 7'08"

En el sexto día, las primeras frecuencias sonoras dibujan un puerto que parece haber visto pasar las civilizaciones occidentales por sus piedras; las sensaciones empiezan a brotar, está en Campania. Tiene en su mano derecha una Tammorra, un pandero grande con cuero secado de cabra, canta excitado. Está bailando una Tammurriatta, de la familia de la Tarantella. Un hombre danés de piel clara y pelo blanco le graba con un extraño aparato mientras baila.

Su cuerpo se mueve y convulsiona, la piel, la excitación, pierde la sensibilidad. Brotan sonidos profundos, metálicos, como grilletes, recuerda mucho tiempo atrás, sus antepasados son descendientes de esclavos subsaharianos (Bambara) que formaron hermandades musicales en Marruecos, agarra una fragmento de realidad, está en Marakech, en una cofradía Gnawa. Mira sus manos sobre el Sintir (en árabe: سنتير‎), también llamado Guembri (الكمبري), siente las frecuencias graves de la caja en las tripas, pero el sonido cambia, se hace más agudo, el instrumento se encoge en sus manos mientras escucha su propia voz. Lo reconoce, es una cura (djura), emparentada con el baglama, le ha servido siempre para acompañar las canciones de la tradición Aleví que intenta mantener viva, en honor de los poetas errantes que llegaron de los pueblos de Anatolia. Las palabras que forman sus labios son de Kaygusuz Abdal, poeta y derviche Aleví del siglo XIV que viajó por el mediterráneo oriental. Presión en el pecho, cae hacia el pasado, está en Alanya, tal como la dibujó el cartógrafo Piri Reis.

Pierde el control, los científicos cambian los parámetros. Oye tambores en el Moussem, un encuentro de pueblos nómadas del Sáhara en Moulay Idriss en 1967 en Fez, se desmaya en la multitud. Siente de nuevo, su corazón late acelerado, está corriendo, reconoce a uno de los científicos en el grupo de policías que van tras él, se da cuenta que es un bandido huyendo por una colina en Córcega mientras cae la noche a su alrededor. La realidad se enfoca, una puerta, una casa en la ladera, en Asco, una pequeña comuna. Un rostro, María-Letícia Guerrini se llama, le pide que le esconda. María le esconde en una cuna en su casa mientras le canta una nana.

Los científicos descomponen el espectro, siente que se hunde, como si durmiera, encogido, roce de algodón en la piel. Siente otra voz que se mete en su garganta, baja, cae de nuevo. Una letanía le lleva lejos, mira por su ventana al atardecer en Tesalónica, la ciudad que le vió nacer, le llaman Schlomo Halevi Alkabetz, poeta cabalista en el siglo XVI. Es viernes, y está entonando un fragmento de “Lejá Dodí” (לכה דודי).

En lo que vive como un sueño numérico, se encuentra con una niña llamada María y un hombre ciego que ríen y cantan geométricamente mientras él tiene en sus manos de nuevo la Tammorra. Están de nuevo en una isla, Ibiza. El hombre ciego parece cantar y hablarle al mismo tiempo. Le cuenta que la Tarantella estuvo ligada al complejo y ritual fenómeno del tarantismo apuliano, enfermedad melancólica de los meses de verano, provocada por la picadura de la tarántula Lycosa. Trastornos emocionales, confusión del estado de conciencia, epilepsia, histeria. Solo podía curarse con frenéticas sesiones de danza, con un exorcismo musical. En el momento que se da cuenta que el mismo hombre del bar está delante de ellos con la máquina observándole, le traen de vuelta al subterráneo. sigue leyendo...


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